La primera noche que pasé en casa fue muy confusa, estaba incómoda y el galgo Tilo no me quitaba ojo, así que no dormimos mucho. Al día siguiente me montaron en el coche, algo que me encanta, y estuvimos todo el día en el campo... buuuuf, fue demasiado, tantos olores en mi trufa, tantos sonidos, tanta gente a quien saludar, repartí más abrazos que nunca y todos me correspondían y me estrechaban entre sus brazos, fue un día genial, pero estaba tan ansiosa que no sabía donde atender, y llegué a casa reventada y decidí que esa noche dormiría en la cama.
El resto de la semana fue más o menos igual en cuanto a estado de nervios, pero eso no se puede evitar cuando las sensaciones te desbordan de tal manera. Me han regañado un poco por tirar tanto durante los paseos y por mi empeño en dar abrazos a los desconocidos con los que me cruzo o husmear en sus bolsas, me dicen que vivo en el país de la piruleta y que me creo que todo el mundo es bueno y me va a querer, pero que hay gente desagradable y perros gruñones. Supongo que tengo mucho que aprender.
Hemos ido mucho al parque donde he visto ardillas, y caballos, ¡alucinante!
Algunas cosas me dan miedo, como los aspersores, la aspiradora que hace un ruido infernal, los secadores de pelo, las planchas metálicas que cubren obras en las aceras... Pero tengo quien me proteja y cuide de mí y eso me da valor y seguridad.
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